sábado, 20 de noviembre de 2010

LO QUE HA DICHO EL PAPA SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA Y LA EVOLUCIÓN

Este mensaje fue dado por el Papa Juan Pablo II y fue divulgado por el periódico semanal de la Ciudad del Vaticano (L’Osservatore Romano, N. 43, 25 de Octubre de 1996). Dicho mensaje estaba escrito con ocasión de la última sesión plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias. La reunión se celebró del 22 al 26 de octubre y estuvo dedicada al estudiar «Los orígenes y la primera evolución de la vida»

En este mensaje, el Papa hace mención cómo el magisterio de la Iglesia se interesa por este tema, pues no es la primera vez que lo aborda y se remite a la encíclica Humani generis (1950), en donde se menciona que la Iglesia no se opone a la evolución «en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia preexistente». Y señala que ahora, casi cincuenta años después de aquella encíclica, «nuevos conocimientos conducen a no considerar ya la teoría de la evolución como una mera hipótesis».

El presupuesto que el Papa hace respecto a este tema es que el conocimiento que da la ciencia y aquel que da la fe no se contraponen. Evidentemente sus fuentes distintas, pero, siendo Dios el origen de ambos conocimientos, no tiene sentido enfrenarlos entre sí.

La Iglesia siempre ha dicho que todas las cosas fueron creadas por Dios. Y que cada viviente que comienza a existir por generación a partir de otros de la misma especie, es criatura de Dios, porque Dios es quién le da la existencia.

Con lo referente al cuerpo humano la Iglesia no niega, ni tampoco afirma que pueda haberse dado una evolución y transformación a partir de animales inferiores al hombre. Que después de haber alcanzado un grado de desarrollo pudo dotarlo de alma humana. Por lo que la Iglesia no tiene inconveniente en que un fiel católico acepte esta teoría.

En lo que respecta a la doctrina sobre la evolución que propone un «evolucionismo materialista», la cual intenta explicar la formación del mundo, de los fenómenos físicos e incluso espirituales, como surgidos de un proceso de desarrollo natural debido a causas puramente mecánicas y leyes intrínsecas de la naturaleza, la Iglesia lo rechaza, pues va en contra de la fe.

Con todo lo propuesto anteriormente, es conveniente tener en cuenta que Dios se sirve de las causas segundas para que sucedan determinados fenómenos y una causa segunda es la evolución.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El evolucionismo y la doctrina de la Iglesia

Se señala lo expresado en el Magisterio de dos papas contemporáneos:
El papa Juan Pablo II intervino en diversas ocasiones recordando la verdad del Dios Creador, del hombre como imagen y semejanza de Dios en Cristo y de la naturaleza como el hogar en el que el Creador ha colocado a la persona humana. Aboga por una «ecología moral», de respeto al hombre y a la naturaleza. No son incompatibles el evolucionismo «abierto» y la creación como obra de la Trinidad.
Por su parte, Benedicto XVI viene recordando con fuerza: que «no somos el producto casual y sin sentido de la evolución». Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario[1].
El Magisterio de la Iglesia no prohíbe que –según el estado actual de las ciencias y de la teología- en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente –pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios-. Si es cierto que la zubiriana «psique intelectiva» no se identifica sin más con «alma humana», esta última habrá de inscribirse en ella para configurar a los somático prehumano que gozará, a los sumo, de lo que Aristóteles denominó «alma sensitiva»[2].


[1]Cfr. Raúl berzosa martinez, o.c., pp. 80-81.
[2] Cfr. José Luis caballero bono, «el origen del hombre. Contexto y vigencia de un viejo articulo de Zubiri», en revista de investigación e información filosófica, vol. 57/ 219, septiembre-diciembre (2001), Madrid, pp. 424-425.

Origen y evolución del ser humano

El problema del origen del hombre ha sido hasta fines del siglo XIX un problema casi exclusivamente teológico. Pero sorprendentemente, este problema ha entrado en una nueva fase, en la fase de la ciencia positiva. La paleontología humana y la prehistoria han descubierto una serie de hechos impresionantes cuyo volumen y calidad se han de considerar como transcendentales.
En el orden somático, morfológico, del animal al hombre hay una estricta evolución. Sus mecanismos, alcance y caracteres podrán ser discutibles y son discutidos. Pero innegablemente existe una evolución morfológica que coloca al hombre en la línea de los primates antropomorfos, concretamente en la bifurcación entre póngidos y homínidos. Los antropomorfos póngidos conducen a los grandes simios: chimpancé, gorila, orangután; gibbon. Los antropomorfos homínidos, partiendo del mismo punto de origen que los póngidos, siguen una línea evolutiva distinta. Los paleontólogos llaman homínidos a todos los antropomorfos que forman parte del phylum al que pertenece el hombre. Los llaman así porque ha habido en este phylum antropomorfos que aún no son humanos, sino infrahumanos (aunque no simios, como lo son los póngidos); estos homínidos no hominizados son los ascendientes somáticos directos del hombre. Como la paleontología no dispone aún de suficiente número de restos fósiles, no puede describir con satisfactoria precisión, ni las formas de proliferación de los homínidos, ni el punto preciso de su hominizacíon.
Constituido el phylum humano por una inteligencia, hay en él una verdadera y estricta evolución genética, debida sobre todo a la evolución de las estructuras somáticas, pero también a la evolución del tipo de inteligencia, expresada en industrias caracterizadas por una unidad evolutiva casi perfecta. Es decir, que lo que hasta ahora hemos solido llamar «hombre», así en singular, en realidad aloja dentro de sí tipos de humanidad somática e industrialmente -es decir, somática e intelectivamente- distintos, producidos por verdadera evolución genética intrahumana. No se trata de hombres distintos tan sólo por su tipo de vida, sino de tipos estructuralmente distintos, tanto por lo que concierne a su morfología como por lo referente a sus estructuras mentales.
En definitiva, una vez constituido el phylum específicamente humano, la humanidad entera se va constituyendo evolutivamente a través de diversos estadios típicamente cualificados, tanto en lo somático como en lo psíquico, a lo largo de los cuales va ascendiendo del nivel de animal inteligente al nivel de animal racional[1].
                El origen evolutivo del organismo humano puede entrar dentro de los planes de Dios porque supone una acción divina que dirige cada paso y es complementada con la intervención especial de Dios que crea el alma espiritual en cada nuevo ser humano. La Iglesia no pretende intervenir en las explicaciones estrictamente científicas, sólo subraya que todo cae bajo la acción de Dios y, especialmente, el hombre, que es objeto del plan divino de la creación y la redención (M. Artigas).
Sobre el origen de la vida […] en este aspecto aun los científicos siguen investigando sin tener  de manera concreta una conclusión, pues hay diversidad, ya que algunos dirán que el origen de la vida es:
a)      Resultado de la «atmosfera primitiva», pero sin saber en que condiciones (St. L. Miller y Urey).
b)      Evolución de la materia inanimada a la animada en tres etapas sucesivas: moléculas, macromoléculas y células vivas. Pero continúa siendo un salto en la oscuridad (R. E. Dickerson).
c)      Origen extraterrestre de la vida. Pero se desplaza el Misterio; no se resuelve. «En cualquier caso, la bacteria más elemental es tan complicada, desde el punto de vista químico, que resulta casi imposible imaginar cómo ha surgido» (H. F. Klein)[2].


[1] Cfr. ZUBIRI, X., el hombre, realidad personal: Revista de Occidente 1(1963), pp. 5-29.
[2] Cfr. Raúl berzosa martinez, «creación y salvación en la catequesis», en actualidad catequética (2010)/I-II, p. 79.

¿Por qué la Encarnación redentora y creación constituyen una sola obra divina indivisa, cósmica y salvífica a la vez?

Entrevista realizada Dr. Alberto Anguiano García

¿Es posible cambiar el relato del Génesis con los descubrimientos realizados por la astronomía en el s. XX?


¿Qué significa y expresa el término bíblico en el Génesis (vio Dios que era bueno)?

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La Naturaleza Del Hombre

De acuerdo al testimonio de la Escritura, el hombre, en su forma humana presente, fue creado por Dios como la conclusión y consumación de toda la creación. Se dice del hombre que fue hecho a la imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:26) y que Dios respiró en él el aliento de vida (Gn. 2:7). Estas distinciones califican al hombre por sobre todas las otras formas de vida que están sobre la tierra e indican que el hombre es una criatura moral con intelecto, capacidad para sentir y voluntad.
Hablando en líneas generales, la creación del hombre incluyó aquello que era material «<el polvo») e inmaterial «(el aliento de vida»). Esta doble distinción tiene referencia al «hombre exterior» y al «hombre interior» (2 Co. 4: 16); «el vaso de barro» y «su tesoro» (2 Co. 4: 7). Mientras que el alma y el espíritu del hombre se presentan existiendo para siempre, el cuerpo retorna al polvo desde donde fue formado, y el espíritu va a Dios quien lo dio (Ec. 12:7). De acuerdo a ello, la gente puede matar el cuerpo pero no matar el alma (Mt.10:28).
Cuando la Escritura considera la parte inmaterial del hombre, a veces usa varios términos intercambiables (cf. Gn. 41:8 con Sal. 42:6; Mt. 20:28 con 27:50; Jn. 12:27 con 13:21; He. 12:23 con Ap. 6:9), aun aplicando estos términos a Dios (Is. 42:1; Jer. 9:9; He. 10:38) y a los animales (Ec. 3:21; Ap. 16:3). Algunas veces se distingue el espíritu, del alma del hombre (1 Ts. 5:23; He. 4:12).
A pesar de las altas funciones de la parte inmaterial del hombre, a veces se atribuyen al espíritu y a veces al alma (Mr. 8:36-37; 12:30; Lc. 1:46; He. 6:18-19; Stg. 1:21); el espíritu se menciona usualmente en las Escrituras como aquella parte del hombre la cual es capaz de contemplar a Dios, y el alma es aquella parte del hombre la cual está relacionada al yo y las varias funciones del intelecto, sensibilidades y voluntad del hombre.
Sin embargo, también se usan otros términos de la naturaleza inmaterial del hombre tales como el corazón (Ex. 7:23; Sal. 37:4; Ro. 9:2; 10:9-10; Ef. 3:17; He. 4:7). Otro término usado es aquel en cuanto a la mente del hombre, ya sea en referencia a la pecaminosidad de la mente del hombre no salvo (Ro. 1:28; 2 Co. 4:4; Ef. 4:17-18; Tit. 1:15), o a la mente renovada que posee un cristiano (Mt. 22:37; Ro. 12:2; 1 Co. 14:15; Ef. 5:17). Otras expresiones tales como «voluntad» y «conciencia» también se refieren a la parte inmaterial del hombre.
Dada la variedad de términos que a veces son usados en sentido similar y a veces en contraste el uno con el otro, muchos han considerado la división del hombre en material e inmaterial como la división básica; pero aun aquí expresiones como «alma» y «espíritu» a veces son usadas para la totalidad del hombre incluyendo su cuerpo.
Algunas religiones paganas sostienen que el origen inmaterial de la naturaleza del hombre es preexistente; esto significa que ha existido eternamente y sólo se encarna en el principio de la existencia humana; esto no está sostenido por la Escritura. Otro punto de vista ofrecido por algunos teólogos evangélicos es que el alma es creada por Dios en el principio de la existencia humana individual; esta teoría tiene dificultades en cuanto a la pecaminosidad del hombre.
Probablemente el mejor punto de vista, conocido como el traducianismo, es que el alma y el espíritu fueron propagados por generación natural, y por esta razón el hombre recibe un alma y espíritu pecaminosos, porque sus padres son pecadores.
El cuerpo humano del hombre es la habitación del alma y el espíritu del hombre hasta que muera. Aunque acaba con la muerte, está sujeto a resurrección. Esto es verdadero en cuanto a los salvos y los no salvos, aunque las resurrecciones son diferentes. A veces el cuerpo tiene referencia como la «carne» (Col. 2:1, 5), y se usa para el cuerpo de Cristo) (1 Ti. 3: 16; 1 P. 3: 18). Otras veces se refiere a la naturaleza pecaminosa, la cual incluye el alma y el espíritu, como en la declaración de Pablo que él había «crucificado la carne» (Gá.5:24).
De acuerdo a ello, la carne no debe considerarse sinónimo con el cuerpo en todos los pasajes, puesto que puede implicar todo el hombre no regenerado.
Los cuerpos de las personas salvas son declarados como «templos» (Jn. 2:21; 1 Co. 6: 19; Fil. 1 :20), aunque al mismo tiempo sus cuerpos son considerados como «vasos de barro» (2 Co. 4:7), cuerpos «viles» (Fil. 3:21), cuerpos para ser mortificados (Ro. 8:13; Col. 3:5) y cuerpos los cuales tienen que ser mantenidos en sujeción (1 Co. 9:27). Los cuerpos de los salvos serán transformados, santificados, salvados y redimidos y finalmente glorificados para siempre en la venida de Cristo por su Iglesia (Ro. 8:11,17-18,23; 1 Co. 6:13-20; Fil. 3:20-21). Jesucristo poseía un cuerpo humano perfecto antes de su muerte, y después de su resurrección tenía un cuerpo de carne y hueso que es el ejemplo del cuerpo de resurrección del creyente. El término «cuerpo» se usa también como una figura de la iglesia como el cuerpo de Cristo y del cual Cristo es la cabeza.
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